Amor más allá del sexo deportivo.
Esto era una pareja en esa edad intermedia que es en nuestro tiempo la sesentera. Él no hacía mucho que se había jubilado y ella estaba a punto de hacerlo. Llevaban casi treinta años de convivencia. Para ellos la pasión había sido siempre muy importante. Y cada vez que alguno de sus hijos -tenían dos- se emancipaba, más les subía el deseo sexual entre ellos. Tal vez porque la crianza les había restado tiempo para gozar el uno del otro. Y el trabajo también.
Él no tenía que preocuparse ya de nada más que de su mujer y su, también, pasión por el deporte. A su edad aún era capaz de correr la maratón casi al miso ritmo que lo hacían los más jóvenes con los que entrenaba, de treinta años y algunos de mayor edad de El Club Running Carthago.
Tras la carrera de ese día, le sonó el móvil y era ella, que practicaba con regularidad el yoga:
– ¿Cómo estás? ¿Estás entrenado hoy?
– Aquí desnudo en los vestuarios del Club.
– Huy, cómo me excita pensarlo y que corras, que te corras conmigo.
– ¿Llevas las bragas negras de encaje que te regalé?
– No llevo ningunas bragas.
Por si no estaba ya ‘dando el cante’, la toalla con la que se tapaba para secarse las piernas y las partes pudendas – dicho sea al uso tradicional- comenzó a parecer una tienda de campaña. El resto del personal que había en ese momento en los vestuarios ya es que se sonreían discretamente, por respeto, entre la conversación y la erección que le suponían a lo que estaba debajo de la toalla. Y era risa sana y consuelo: aún se puede tener sexo siendo ya madurito. Y, como dijo nada más ni menos que Paul Newman, “para qué voy a salir a comerme una hamburguesa teniendo un bistec en casa”.
– Me estás poniendo tope de cachondo. Salgo corriendo para allá.
– No corras tanto, que te necesito lleno de energía. Pero te quiero también.
– Y yo a ti.
Veinte minutos después estaban en la cama de su casa practicando una vez más un amor lleno de pasión.
Aniceto Valverde