SEGURIDAD. LA POTENCIA SIN CONTROL

Decía mi madre que más valía la maña que la fuerza.

Mi padre, que había combatido toda la vida en el llamado peso ´welter’, me decía siempre que yo había de hacerlo cuando menos en la categoría de los ‘pesados’. “Hijo –me explicaba cuando corría tras su bicicleta-, en mi escala todo son hostias por todos lados y los combates se deciden ‘a los puntos’. En la de los ‘pesados’ con una bien dada o recibida (que mejor no) es KO y sanseacabó…”

Tenía un gimnasio en el que entrenaba a sus pupilos en esta filosofía. Entre otras cosas más gimnásticas, nos sometía a una dieta de seis comidas al día. Pero nunca renunciaba al desarrollo de la agilidad. Como Bruce Lee, decía: “La potencia sin control no sirve de nada”. Y la fuerza se adquiere también a base de flexibilidad. La verdad es que yo oí esa frase también como eslogan de una marca de neumáticos de automóvil…

Murió repentinamente de una angina de pecho.

Su socio, Rigoberto Pérez (‘el Rigo’),  cuando con anterioridad tan sólo se había interesado en el aspecto capitalista del negocio, le dio por meterse también en su vertiente técnico-deportiva. Así que amplió el local, lo llenó de nuevas máquinas relucientes (la verdad es que las antiguas que mi padre conservaba parecían sacadas de una sala de tortura medieval)…

Y, no contento con ello, y cuando me hubiera correspondido a mí el ‘puesto’, contrató a un culturista de origen croata llamado Svenkam. Bueno, la verdad es que no recuerdo bien ni su nombre ni nacionalidad porque todo el mundo comenzó a llamarle Svenko ‘el Ruso’. Sea como fuere, el tío estaba como un armario y el gimnasio se pobló enseguida de jovenzuelos (y no tanto) deseosos de hacerse con un cuerpo como el de él. Y lo más rápido posible.

No me puso de patitas en la calle porque el gimnasio era también en parte mío como herencia de mi querido y añorado padre. Pero recluyó el cuadrilátero, el ring, al fondo más apartado del local. No quitó las combas porque no pudo evitar que mis cada vez más escasos pupilos, incluso las llevaran ellos mismos.

Svenko, ‘el Ruso’, y yo no nos cogimos simpatía alguna, huelga decirlo.

Desde hacía muchos años, los veranos yo trabajaba en una disco propiedad de un amigo como –digamos- parte de la seguridad del local. Ya sabéis: controlar la entrada y poner en la calle a algún borracho pesado o dar fin a una pelea o conato de ella, empleando siempre de principio –y lo digo de verdad- medios que podríamos llamar diplomáticos.

Una de esas noches se presentó Svenko.  Iba acompañado de un par de gorilas de su ‘estilo’. Pretendía entrar a la discoteca sin el correspondiente boleto y se veía a las claras que iba un poco –digamos- subido de tono. Empezó a increparme diciéndome que me iba a dar una hostia que me tumbaría y que se quedaría con un puesto para el que valía mil veces más…

Un ataque frontal a ‘el Ruso’ hubiera sido inútil dada la enorme mole de su cuerpo y suicida porque hubiera reaccionado de la misma manera y me hubiera machacado la cara, las costillas o el abdomen, donde hubiera querido golpearme, vamos. Amagué un gancho con la zurda para despistarle y que girara la cara ya que me había decidido en realidad por asestarle con la derecha un ‘Crochet’; un golpe lateral que dirigí contra la izquierda de su mandíbula, la parte más débil no sólo de ésta, sino de los músculos del cuello y, en trayectoria diagonal, se transmite a los que sostienen los tobillos de un hombre, su más débil ‘Talón de Aquiles’, en este caso el de su derecha. De esta forma, ‘dividí’ su cuerpo y, crujiendo todas las articulaciones de sus agarrotados músculos, perdió el equilibrio y dio con todo él en el suelo en un golpe enorme de toda esa masa y sin que nadie pudiera levantarlo, sino entre varios de sus forzudos acompañantes. De esta forma tumbé de un golpe a un hombre que pesaba casi el doble que yo.

Mi padre, y Bruce Lee, tenían razón: “La potencia sin control no sirve de nada”.

 

Aniceto Valverde Conesa. Agosto de 2017©.

 

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