ANTONIO GÓMEZ RUFO
ANTONIO GÓMEZ RUFO PUBLICA SU ÚLTIMA E INQUIETANTE NOVELA: “LA NOCHE DEL TAMARINDO”
PERFIL: ANTONIO GÓMEZ RUFO (Madrid, 1954) es de esas personas que se ve claramente que se apuntan a cualquier cosa con tal de evitar el tedio de la rutina. En esa dinámica entra la injusticia que aburre por su terquedad y extensión. Para él siempre hay y habrá algo que hacer. O lo inventará. Sus ojos inquietos así lo denotan. Ha debido de ser siempre un innovador con aspecto de “enfant terrible”, pero amable y simpático. Su última novela, de la que ahora hablaremos con él, confirma su saber “to look forward”, es decir, su vista larga hacia un futuro inmediato que, inquietante, puede estar ocurriendo ya.
Sinopsis de “La noche del Tamarindo”
Pregunta.- Por si no estaba suficientemente claro, con esta novela vuelve usted a demostrar la potencia de su imaginación, dirigiendo en esta ocasión su mirada hacia el futuro que nos pueden deparar ciertos adelantos técnicos y sobre todo científicos como la manipulación genética. Esta multitud de acontecimientos que nos narra ¿no se suceden un poco al modo del vodevil? Quiero decir que parece que usted, para desdramatizar sucesos como la muerte de algún personaje u otros hechos potencialmente terribles, frivoliza de alguna manera con la trama haciéndola parecer a veces irreal, teatral y cómica o tragicómica.
Respuesta.- En mi opinión la novela es un género literario que da cabida a tantas interpretaciones que cada lector puede extraer una lectura diferenciada, tan divergente de la que recrea otro lector que parece imposible que sea el mismo punto de partida la causa causante. También opino que “La noche del tamarindo” puede considerarse de muchas maneras, en cuanto a los hechos que narra, pero el penúltimo adjetivo que emplearía, personalmente, es el de irreal. El último, como es natural, sería el de cómica. Quise crear una estructura narrativa que aunara interés con verosimilitud; y conjugar la veracidad con la actualidad. Por desgracia lo que se cuenta en esta historia ocurre en el mundo que vivimos, aunque tendamos a mirar hacia otro lado o volver la cabeza para seguir instalados en la hipocresía de un modelo de sociedad injusto y sin sentido de lo porvenir. Por fortuna al ser humano siempre le cabe el principio de la rectificación. No estamos, a mi juicio, ante una novela que frivolice con la trama, sino que la presenta desnuda para que luego no digamos que el mundo que vivimos es el mejor de los posibles. Porque no lo es. Aunque repito que, dada la libertad que ofrece con generosidad este género narrativo, toda opinión acerca de una novela es respetable.
P.- ¿Ha exagerado adrede la capacidad económica de Vinicio Salazar para que no tenga problema alguno en comprar todo lo que se le antoje y el deseo de prolongar su vida como un recurso, digamos, didáctico?
R.- En el mundo hay muchísima gente con mucho más dinero que el protagonista de la novela. No cabe, pues, exageración inverosímil. Pero si Salazar dispone de tantos medios es por dos razones. La primera de carácter pedagógico: la necesidad de dotar al personaje de una seguridad económica que le haga comprender que lo importante de esta vida no es aquello que puede comprarse con dinero. Que con dinero sólo se compra aquello que está a la venta y ni el amor ni la dignidad lo están. Y la segunda razón es de carácter metafórico: cualquier lector atento comprenderá que Vinicio Salazar es una metáfora del capitalismo, del sistema económico que nos rige; y convendrá en que el capitalismo se cambiará de rostro tantas veces como sea preciso para seguir vivo y dominante, sustentando cualquier poder. Así como el hecho de que, por mucho que las condiciones objetivas se lo reclamen, el capitalismo sobrevive siempre. Por eso Salazar no puede morir.
P.- Aparte de esa potencial teatralidad de la trama de lo que no cabe duda es de que lleva usted al lector casi por el mundo entero de una forma muy cinematográfica. ¿Un placer más para el lector y los propios personajes de la novela? ¿Viajar, como escribir, es un modo de multiplicar la vida?
R.- Es difícil creer que los lenguajes narrativo y cinematográfico tengan posibilidades de convivir en una novela. Son dos lenguajes tan diferentes que, por lo que respecta a los escenarios, en un caso se llaman localizaciones y en el otro, paisajes. “La noche del tamarindo” es una novela actual que transcurre en un mundo globalizado que es cada vez más pequeño, por lo que el viaje ya no es un lujo sino un hábito. No pensé en dar placer a la hora de decidir los escenarios donde debían suceder los acontecimientos de la trama; sólo quise escribir una buena historia y contarla de la mejor manera posible. Y, personalmente, prefiero los viajes interiores hacia nosotros mismos y nuestra pequeñez a los viajes geográficos porque la mayoría de nosotros, cuando viajamos, no somos viajeros, sino turistas.
P.- Se lo tiene que haber pasado muy bien escribiendo esta novela ¿Podría llegar a existir un retiro idílico como el que usted diseña para Vinicio Salazar mientras espera ver convertirse en realidad su sueño inmortal?
R.- Cualquier escritor contestaría que el oficio de escribir proporciona mucho más sufrimiento que placer. Si pudiésemos vivir sin escribir, no escribiríamos. Pero nos resulta imposible, como dejar de respirar. Incluso cuando creamos paraísos artificiales como ese retiro idílico que, otra vez, se trata de una metáfora. Sólo es una respuesta sarcástica a todas las religiones que prometen vidas eternas, cielos, paraísos de las huríes o paraísos de las valkirias para quien muera en defensa de su respectiva religión. Y, por otra parte, también una evidencia de los deseos y fantasías ancestrales de los hombres para que las mujeres sepan que, por mucho que intentemos reeducarnos en actitudes no-machistas, los hombres siguen conservando en el placer sexual y el hedonismo existencial su naturaleza genética y su herencia cultural.
P.- Después de haber leído con mucho detenimiento “La noche del Tamarindo” la verdad es que no sé si uno debe preocuparse mucho por los avances científicos o todo lo contrario, es decir tranquilizarse con la idea de que, aunque sea muy en el fondo, el ser humano razona hacia el bien. En su novela es que caben el Bien y el Mal juntos. ¿Usted de qué lado cree que se llegará a inclinar la balanza?
R.- Todo avance científico es positivo. Hasta la energía nuclear. Otra cosa es el uso que se dé a los descubrimientos de la Ciencia: puede curar un cáncer o fabricarse una bomba atómica. Los científicos siempre trabajan en el progreso y ello es bueno. Lo que ocurre es que el bien y el mal son la cara y la cruz de la misma moneda. Sin la existencia de uno de ellos desconoceríamos la existencia del otro porque sin comparar no es posible percibir. Siempre coexistirán y, lo que es más importante, se complementarán.
P.- ¿Podría decirse que de su novela se desprende la idea de que la concienciación medioambiental y sobre todo el amor serán los que hagan volver a la humanidad a la racionalidad y de ahí a su propia subsistencia?
R.- Esos principios se desprenden de mi modo de pensar, como ser humano. Si además es posible extraerlos de mi trabajo literario, tanto mejor.
P.- Hay gente que aprecia mucho las posibilidades de comunicación e información que permiten las nuevas tecnologías. Usted ha dicho que Internet es la neohistoria. Pero ¿no cree que hay otras muchas personas que asisten con temor a la pérdida de los límites espacio-temporales? ¿Un cierto miedo a la libertad, a la necesidad de estar permanentemente tomando decisiones, eligiendo entre tanta variedad de contenidos? ¿Y que de ello se deriva el retorno o acentuación de nacionalismos y ciertas ideas totalitarias que, digámoslo así, simplifican o “facilitan” la vida a la persona en el mundo global?
R.- Puede que la novedad asuste. Toda innovación porta temor en sus alforjas. Pero la gran cualidad del ser humano es su capacidad de adaptación. Es cuestión de tiempo, nada más. Y establecer algún paralelismo entre la comunicación global y el auge de los nacionalismos es una pretensión que se me escapa. No sé en qué cabeza puede caber que la vuelta a las raíces, lo mismo que el retorno creciente a la espiritualidad, sean una respuesta reivindicativa a la intercomunicación que lo facilita y democratiza todo. Hace veinte años cuando un profesor quería que sus alumnos lo atendieran, les hablaba de política; y cuando querían que se rieran, les hablaba de religión. Hoy en día cuando quiere ser escuchado les habla de religión y cuando quiere hacerles reír les habla de política. El mundo cambia mucho, cada vez más rápidamente. Y en el mundo que acaba de nacer en la última década internet es un nuevo dios, y como tal no es culpable de nada. Ni de los miedos ni de los totalitarismos. Los culpables de lo que nos ocurra a los humanos somos los humanos, no las máquinas. Creo que el mérito mayor que, en mi opinión, puede tener “La noche del tamarindo” es que es una novela que nos deja sin excusas para culpar a los otros, o a la naturaleza, o a la enfermedad, o a las cosas fabricadas, de lo que únicamente somos culpables nosotros por el modelo de sociedad que hemos creado y en el que nos hemos dejado atrapar como esclavos sin ideas ni personalidad. Si dos de cada tres anuncios de la televisión hablan de productos para conservarnos jóvenes, mejorar la salud y combatir el paso del tiempo, es porque antes nos hemos creído que envejecer es un delito y que somos culpables de nuestras arrugas o deterioro. El sistema nos dice que todos tenemos que ser guapos, ricos y jóvenes (el nazismo también lo decía) y en lugar de combatir esa idea estúpida la hemos aceptado. ¿Quién es más culpable, el sistema (que se fundamenta en el beneficio económico) o nosotros (que aceptamos penalidades para enriquecerlo y sostenerlo)? Que se responda cada cual.
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