En trescientas palabras.

Para que todo un Mundo (o una Luna) quepa entero entre dos metros hay que desechar todo lo que sobra: los odios, los rencores, la injurias recibidas o inferidas, la violencia física y verbal, muchos políticos o que se disfrazan de tales y un largo etc. de cosas negativas que a la postre se vuelven contra uno y te pueden cortar el cuello como una hoz convertida en boomerang. No vuelvas la vista hacia ellos, no los enfoques con tu cálida mirada pues quedarás convertido en estatua de sal.

Para que todo un Mundo quepa en una columna de periódico de trescientas palabras, que es como esa distancia infame a la que nos vemos sometidos, hay que incluir, por el contrario, los planetas, las galaxias, los amaneceres y atardeceres hermosos con esa luz que llaman el “Dedo de Dios”, el tiempo infinito que invierten los muertos soñando. Las grandes pasiones que mueven al alma de las hormigas que somos los seres humanos. En definitiva, hay que quedarse con lo esencial pues es breve espacio y tiempo. Y la brevedad (más que nunca en la lectura en Internet) como decía Augusto Monterroso, «no es término de la retórica, sino de la buena educación.» No hay que abusar de la paciencia del lector-espectador que lee y mira, como si fuera un espejo, su propio reflejo en la pequeña pantalla del ordenador por donde asoma ese mundo breve pero infinito.

Hay que buscar, en esos dos metros de mundo, lo que nos une, filtrando como un reloj de arena lo sentiremos al leer la columna que, entre nosotros, no es ni más ni menos que un profundo amor.

Estoy hasta las narices de estar separado de ti.)

(Este texto tiene exactamente trescientas palabras.

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