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LA BRUMA MÁGICA

La neblina que conforma la humedad distorsiona los contornos de los edificios y los hace parecer  fantasmagóricos.

Recorreré de nuevo tus calles, ciudad, por tu paisaje abstracto del invierno y principios de la húmeda primavera, a través de la densa niebla que todo lo distorsiona, por la humedad que te trae la mar. Volveré, ciudad, volveré a pisar tus calles mojadas por el relente y a imaginar entre las brumas, cerca de uno de los faros que dan entrada al puerto, una historia que ha llegado a mi memoria como un viejo sueño, como algo que no se sabe a ciencia cierta si perteneció a la vivido o lo tan sólo imaginado; como la pesadilla de un virus técnicamente llamado COVID-19. Pero resistiré y volveré, no te quepa la menor duda, «Ciudad, ya tan lejana/lejana junto al mar/ desamparo errante de los muelles/ unas veces olas y otras silencio.» (Jaime Gil de Biedma).

 

Los haces cónicos de las luces de un automóvil volverán a rasgar esa noche cerca del mar. Dos personas volverán a reencontrarse en la oscuridad brumosa. Uno, el que espera fuera, con su silueta recortada en la noche y flameando por el viento como una vela que ha perdido la escota, tendrá las solapas del chaquetón -si es invierno- o de una chaqueta fresca de la que llaman de tres cuartos -si es como ahora en primavera-, de manera que sólo verás asomar un cigarrillo y lentas bocanadas de humo que el lebeche desvanecerá como una parte más del halo que empaña la luna.

Pasado el muelle del Espalmador donde varaban con anterioridad las enormes moles de los barcos en reparación; donde estaban los materiales de desguace, un paisaje onírico de barcos naufragados y recuerdos imposibles porque jamás han existido. Él hubiera querido encontrar alguna parte de sí mismo que hubiera perdido en la niebla, cuando sabía que era a ella a quien perdió un día. En aquellos momentos estará allí, en la oscuridad tan sólo rasgada por el girar monótono de la luz del faro Rojo, ése que llaman de Navidad. Detendrá el coche, y, sin salir de él, lo buscará con la mirada como si no supiera que está ahí mirando el mar sobre el basamento del faro.

Le dijo: “He vuelto”. Y ella contestó: “Han pasado muchos años desde aquello”. “No he podido olvidarte”, respondió él.  Ella se encogió de hombros como con indiferencia, pero recordando que una vez recorrieron juntos las mismas calles húmedas y que a él el eco de su risa se le quedó grabado para siempre en su memoria. Había vuelto sólo para oírla de nuevo por las paredes de los edificios de las calles de Cartagena y esa mujer que había amado y recordado durante sus años de ausencia.

 

Aniceto Valverde

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